Wednesday, October 15, 2008

Mil Silencios

A veces siento que odio algunas cosas. A veces me siento fascinado por aquellas que odiaba minutos antes. A veces me odio y a veces me idolatro. A veces pienso que todo esto es normal, que las personas podemos cambiar de parecer cuantas veces queramos pero a veces siento que no debería cambiar y veo a la variedad como una fragilidad de mi carácter y vuelvo a odiarme, cada vez con más fuerza, y quisiera castigarme, darme una lección y al minuto siguiente vuelvo a quererme y me prometo grandes cosas para el futuro y me lleno de regalos y salgo a caminar y doy gracias por todo lo que me rodea y me siento único y afortunado hasta que le realidad me alcanza de nuevo y al mirarme en el espejo lo único que encuentro es el fracaso y el miedo de estar vivo se apodera de mi y deseo morir con todas mis fuerzas porque solo en la muerte estaré a salvo de los cambios, porque sé que desde la muerte no puedo volver, porque sé que no puedo estar muerto hoy y vivo mañana. Y así, pensando en esas cosas tan raras y tan negras me voy a la cama y después de unas cuantas vueltas logro dormirme y me olvido de todo, porque afortunadamente, siempre he tenido el sueño fácil y profundo. A veces sueño que vuelo. Estoy en el borde de un abismo y tengo miedo. Quiero saltar y sé que no tengo el valor para hacerlo. Algo dentro de mi me dice que es un sueño y que puedo saltar, que nada puede pasarme. Sin embargo, también hay algo me dice que esta vez puede ser real y que puedo hacerme daño. Afortunadamente siempre decido saltar y afortunadamente siempre se trata de un sueño. Caigo rápidamente durante varios segundos y siento el vacío que me recorre a toda velocidad y en el momento menos pensado estoy volando. A veces también vuelo en aviones como todo el mundo.

Tal vez la única que me entiende es Raquel. Me encanta como suena su nombre. A veces paso las horas pronunciándolo, primero lentamente, luego rápido, a veces lo murmuro y a veces lo grito y parece que fuera un regaño, Raquel, Raquel, Raquel, y ella se ríe y me dice que estoy loco y yo sonrío porque me encanta cuando Raquel me dice que estoy loco. Ella puede decirme lo que quiera porque todo es hermoso cuando sale de su boca. A veces quisiera tener una boca como la de Raquel y que la gente pensara que todo lo que digo es hermoso y poder decir muchas cosas y que la gente sonriera y que la gente no volteara la espalda y que la gente siguiera a mi lado. Pero cuando estoy sin ella la gente no me oye, la gente hace como si yo no existiera y a veces creo que dicen que es mejor no mirarme, que es mejor hacer como si no me oyeran y yo me ahogo en mis gritos y pido su atención y quiero que me miren y que me oigan y alguien dice que estoy loco y me siento muy triste porque yo no estoy loco, porque yo solo soy feliz cuando soy el loco de Raquel.

Le primera vez que la vi fue en una fiesta. Ya no me gustan las fiestas pero antes me gustaba bailar y hacía bromas con todos y la gente se divertía y yo era feliz. Ahí estaba ella. Yo solo tuve que estirar mi mano y en cuestión de segundos su mano era la mía y en cuestión de minutos nos prometimos la vida y Raquel me dijo que se llamaba Raquel y yo le dije mi nombre y le prometí quererla siempre y ella me creyó y me prometió quererme siempre.

A veces le tengo miedo al silencio. Es como si pudiera oír mis pensamientos. No me gusta lo que pienso y por eso trato de huirle, de esconderme pero entre más me escondo, más lo oigo. Parece que me siguiera por todas partes, a toda hora. Cuando menos pienso me volteo y él esta ahí, mirándome fijamente y en tan solo unos segundos empiezo a oír mis pensamientos y oigo mi corazón y mis pulmones llenándose de aire y mis pasos en un corredor vacío y oigo hasta los rayos de luz que golpean las paredes y de pronto todo se convierte en una sinfonía y yo lo único que quiero es huir y un diccionario me dice que el silencio es la falta de ruido y sé que estoy jodido porque también detesto el ruido. Corro hacia sus brazos y Raquel me habla al oído. Una palabra suya es capaz de espantar mil silencios y de ahogar todos los ruidos. Me duermo en sus brazos y cuando despierto sé que ella se ha ido e intento llorar. Sé que es inútil porque a Raquel no le gusta verme llorar. Ella me dice que los hombres no lloran y yo tengo que esconderme porque a mi me gusta llorar y cuando lloro siento que no soy un hombre o que soy menos hombre que aquellos a los que no les gusta llorar.

Salgo a buscarla. Las calles parecen desiertas. No sé que hora es pero creo que todo el mundo duerme. Me encanta caminar por las calles cuando sé que todo el mundo duerme. Es tal vez en esos momentos en los únicos en los que me siento realmente poderoso. Llego a pensar que soy invencible y emprendo todo tipo de aventuras. Pero hoy no tengo tiempo de embarcarme en ninguna aventura. Tengo que encontrar a Raquel. He visto estas calles millones de veces y las conozco como si fueran parte de mi. Se que a partir de la casa amarilla tengo que dar veintitrés pasos antes de llegar a la esquina y me divierto contándolos, a veces de manera ascendiente, a veces descendiente como quien anuncia un conteo final, como si mis veintitrés pasos fueran realmente importantes. Al llegar a la esquina sé que debo continuar hacia la derecha, caminar doscientos treinta y cuatro pasos hasta llegar al numero siete que es mi numero de la suerte. No puedo evitarlo pero cada vez que veo el número siete me siento afortunado y siento que debo detenerme. Siempre es lo mismo y a veces me digo que no, que es ridículo detenerme en el mismo lugar y me digo que esta vez no voy a parar pero hay algo que me lo impide y sin darme cuenta estoy nuevamente frente al número siete sin saber cómo he llegado hasta acá y sin saber siquiera por qué debo detenerme. Simplemente me detengo. Cuando hay alguien a mi alrededor finjo que he olvidado algo, llevo mi mano al bolsillo y hago como si buscara cualquier cosa. A veces también miro el reloj, pero desde hace algunos meses que no lo uso por lo que en ocasiones me sorprendo observando mi muñeca desnuda. Después de unos segundos la misma fuerza que me obligo a detenerme me obliga a reanudar la marcha y después de dar tres pasos ya ni siquiera recuerdo al número siete y olvido por completo que me he detenido. Es como si se tratara de un paréntesis inevitable.

Dos cuadras hacia el sur hay una casa que no encaja en el paisaje. Me digo que tal vez está tan perdida como yo y trato de imaginar el lugar al que pertenece. Sé que es un ejercicio inútil porque nunca he salido de estas calles y cualquiera que sea el lugar que imagine, siempre estará despojado de toda realidad. Dejo de contar los pasos y camino rápidamente como si alguien me estuviera persiguiendo. Me gusta creer que me persiguen, me siento importante y juego a esconderme, a perderme y a veces me pierdo de verdad y no sé dónde estoy. Me dan ganas de llorar pero los hombres no lloran entonces me aguanto y camino sin rumbo hasta encontrar algo que me sea familiar y que pueda indicarme el camino de regreso.

Hoy estoy buscando a Raquel. Sé que ella me está esperando. Por eso me apuro y comienzo a caminar más rápido. Con solo pensar que pronto estaré frente a ella mis problemas desaparecen y olvido hasta que existo. Es que cuando Raquel me mira yo soy invisible, aparezco y desaparezco a mi antojo, a su antojo. Soy grande o pequeño, gordo o flaco, poco importa porque Raquel me quiere tal como soy, aunque a veces esté feo y sucio. Lo único que Raquel no me perdona es que deje de afeitarme. Dice que mi barba pica y que si quiero besarla tengo que afeitarme y yo me afeito contento, aunque afeitarme me duela y me aburra y lo hago soñando con sus besos y pensando que cuando no pico Raquel me besa con más fuerza. Pero hoy tengo tanto afán de encontrarla que no me afeité. Salí de mi casa como un loco, como el loquito de Raquel y ahora sé que ella no dirá nada, sé que se quedará mirándome fijamente y que pasará su mano por mi barbilla mientras sonríe de medio lado como solo ella sabe hacerlo y yo estiraré mis labios al máximo para que ella pueda besarme sin que pique y después la apretaré fuerte y ella me dirá que me quiere y yo evitaré preguntarle por qué se ha ido porque sé que ella tampoco tiene la respuesta. Nunca he sido bueno con las preguntas. A veces Raquel se pone brava y me dice que no me intereso en ella lo suficiente y yo le digo que ella es lo único que me interesa en la vida. Ella sonríe porque sabe que es cierto, que yo no pregunto porque no sé cómo preguntar pero que en el fondo me basta con mirarla a los ojos para saberlo todo, para saber cuando ella necesita un abrazo porque ha tenido un mal día, para saber que quiere contarme algo y yo lo único que tengo que hacer es mirarla fijamente y sonreír y decirle que la entiendo y ella comenzará a contármelo todo y yo solo tendré que escucharla. Solo ella sabe cuánto me gusta escucharla.

Por momentos me cuesta reconocer mi vida. Todo ha cambiado tanto. Llevo dos meses sin trabajar y me parece imposible creer que alguna vez fui bueno par algo. Raquel no para de decirme que tengo que volver a trabajar, que todos estarán felices de recibirme nuevamente y cuando ella dice “todos” yo no sé a quiénes se refiere y “todos” me parece una palabra tan larga y tan ancha que llego a pensar que todo cuando existe y ha existido queda comprendido en ella y me da miedo de solo pensar que “todos” esperan mi regreso. En mi caso el regreso es imposible. Para volver hay que haber estado y hay que haberse ido y yo no recuerdo ni la estancia ni la partida. Solo recuerdo el miedo, el miedo de perderlo todo, cada día, cada mañana, sentir que estoy parado sobre un castillo de naipes que en el momento menos pensado se viene abajo, que alguien viene para anunciarme que todo ha terminado y que debo empezar nuevamente, en otra parte y yo no sé cómo ni dónde empezar y pienso en Raquel y lleno mis días con su olor, con su sombra, con sus ojos y sé que por la noche volveré a dormirme en sus brazos y todo estará bien hasta la mañana siguiente cuando el miedo vuelva a invadirme. Pero eso es el pasado. Hoy busco a Raquel y sé que voy a encontrarla y sé que esta vez tendré todas las respuestas que busco.

He decidido sentarme frente a ella. No hay nadie a nuestro alrededor, solamente el silencio y el viento que me abraza. Si, el viento me abraza y yo sé que es Raquel que se sirve de él para abrazarme. Hemos pasado mas de media hora en silencio y de un momento a otro mis miedos empiezan a disiparse. Empiezo a entender. Cierro los ojos y sé que cuando los abra, la realidad vendrá a rescatarme y volveré a ser quien era, volveré a ser el loquito de Raquel y no el loco que la gente evita por las calles. Abro los ojos y todo se vuelve claro y el abrazo de Raquel deja de ser un abrazo y vuelve a ser solo viento, viento frío. Veo su nombre escrito en la piedra y entiendo el por qué de sus silencios.

Hoy he regresado a casa tomando el mismo camino que todos los días desde hace dos meses. No me detuve en el número 7. Tampoco he contado mis pasos. Tampoco han bastado unas cuantas vueltas para alcanzar el sueño pero al dormir, he vuelto a soñar que estoy al borde de un abismo. He vuelto a saltar y he vuelto a volar. Mañana cuando despierte sé que no tendré miedo y que tendré mil silencios que llenar con su recuerdo porque desde que se ha ido, mis mejores momentos son esos silencios en los que solo puedo pensar en ella.

Paris 14 de octubre de 2008.

1 comment:

E. Rueda-C. said...

Guau! excelente! me encantan los párrafos redundantes y a la vez tan llenos de mensajes... la sutileza de sus alusiones, en fin, todo un placer de lectura. Y cada vez se pone mejor!
Gracias Juangui!