Friday, October 24, 2008

Una conjura

Tengo frío. Tal vez eso de andar empelota todo el día no sea una buena idea después de todo. Ya no sé cuánto tiempo llevo acá parada, pero sé que es bastante y que pasa muy lentamente. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me desperté en esta habitación. Solo sé que ya conozco estos muros que me rodean de memoria, cada esquina, cada puerta, cada mancha de pintura. Hay una ventana pero no puedo acercarme a ella y tengo que conformarme con los rayos de sol que en algunas mañanas de invierno logran deslizarse hasta mis pies.

Estoy desnuda, esperando que comience el desfile cotidiano. Curiosos, turistas, aficionados, visitantes asiduos, pasantes indiferentes ante mis carnes. Todos pasan frente a mi como una fila de penitentes. Algunos me miran fijamente y se detienen unos segundos, unos minutos; siempre en silencio. Me gusta cuando me miran fijamente, cuando me acarician con la mirada y en tan solo unos segundos vuelvo a sentir que estoy viva. Mis tetas se despiertan y piden a gritos que alguien las toque. Ya ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que alguien me puso las manos encima. Pensé que el solo hecho de exhibirme desnuda facilitaría la tarea pero parece que la gente se siente cohibida por mi desnudez y tal vez mis pezones duros apuntando al cielo como espadas afiladas no sean la mejor invitación al tacto. De cualquier manera, ya he perdido hasta las ganas.

Hay un viejo que viene a verme con frecuencia. Las primeras veces pasaba de largo sin mirarme siquiera mientras yo adivinaba, por su respiración agitada, que en realidad se moría de ganas de mirarme, de admirar mis curvas. El viejo pasaba de lago y al poco tiempo lo veía nuevamente, diminuyendo la cadencia de sus pasos a medida que se acercaba, manteniendo su mirada al frente y evitando mis formas, sin atreverse a mirarme, adivinándome, creándome a su antojo. Cuando al fin se decidió a mirarme, lo hizo con tanta fuerza que habría podido matarme o morirse. Clavó su mirada en mis ojos, ignorando mi entera desnudez, mi carne expuesta, centrándose en lo único que yo creía a salvo de la mirada ajena, desnudándome como nadie lo había hecho jamás, llegando hasta donde ni yo misma había llegado. Lo odié con todas mis fuerzas. ¡Viejo imbécil! me decía una y otra vez mientras trataba de entender. Todos se fijan en mis tetas, en mis muslos y él se pierde en mi mirada y yo me pierdo con él y nos perdemos todos, mientras el mundo deja de ser el que conocimos y toda la vida se me pasea por delante. ¿Qué hago aquí?

Un día está una en cualquier parte, libre, bruta, ajena al mundo y de pronto alguien te atrapa, te hace mil promesas silenciosas, te golpea hasta el cansancio y sientes que te desmoronas. Y después de una golpiza viene la tregua, el silencio, el dolor, la sensación de no saber quién eres, de no reconocer tu cuerpo, de extrañar la materia básica, las forma simple o la simple ausencia de forma. A mi nadie me preguntó nada. A mi nadie me dijo nada. Todo lo decidieron por mi, para mi. Habría podido terminar arrastrándome en el suelo o al borde de un acantilado, pero alguien decidió que mi destino era otro.

Ese alguien me golpeaba con fuerza y en silencio, siempre en silencio, siempre a solas. Yo pedía un milagro, una conjura y los golpes cesaban de pronto, de la misma manera que habían comenzado. Con el tiempo los golpes se fueron haciendo sutiles, casi imperceptibles, repetitivos hasta el aburrimiento. Un día cualquiera los golpes se transforman en caricias. Pasaba las horas acariciando mis muslos, recorriéndolos, primero lentamente y luego como poseído por un frenesí que me resultaba completamente ajeno. Después se obsesionaba con mi pecho, lo ponía entre sus manos, se alejaba un poco para contemplarlo desde todos los ángulos posibles y volvía a tocarme y yo pedía un milagro o una conjura cualquiera para que esas manos que antes me golpeaban hasta hacerme pedazos no me abandonaran nunca. Pero a mi nadie me preguntó nada y un día como cualquier otro me desperté y estaba en otra parte, sola, asustada, completamente perdida. Recuerdo la lluvia, el calor insoportable, el viento frío, la soledad.

Hoy estoy a salvo de la lluvia y ahora que he dejado de temerle, he empezado a extrañarla. Hace tanto tiempo que no siento las gotas de agua deslizarse por mi frente, llegando hasta mis labios, mis labios que todo lo tienen prohibido. Hoy quisiera estar bajo la lluvia y sentirme libre, pero soy tan solo una prisionera, un objeto cualquiera.

En la última semana el viejo ha venido todos los días. Si no fuera porque está demasiado viejo, pensaría que esconde oscuros propósitos criminales. Ayer vino bastante tarde, faltando poco para el cierre. Creo que quería estar a solas conmigo.

El viejo ha venido a verme hoy y por primera vez nos hemos quedado solos. He visto cómo duda, cómo avanza hacia mi y al segundo siguiente se detiene, esquivando mis ojos y dirigiendo sus pasos hacia cualquier parte. Lo miro fijamente y le pido con todas mis fuerzas que se acerque, que vuelva a mirarme como la primera vez, pero ahora él evita mis ojos y se concentra en mis pechos como todos los demás. Lo he visto deambular por la sala, intentando ignorarme y de un momento a otro sus ojos se llenan de una determinación que nunca antes he visto. Mis ojos han vuelto a encontrar sus ojos, señalando el camino hacia mi, imponiéndolo. Lo he visto acercarse mientras se frota las manos, mientras los murmullos en las piezas vecinas se hacen cada vez más lejanos. Siento cómo su respiración se acelera y mi corazón de piedra comienza a dar saltos en mi pecho. Cuando ya lo tengo frente a mi, él esquiva mi mirada y extiende sus brazos. Sus manos acarician mi vientre y lentamente llegan hasta mis tetas. El viejo, lleno de culpa, baja la mirada mientras aprieta mi carne como si quisiera prolongar el instante al infinito. Luego retira sus manos y las esconde, como si se tratara de un niño que acabara de cometer una fechoría. Sus ojos quedan fijos en el letrero que reposa a mis pies. Lo lee en voz alta y entiendo, al fin, por qué hace tantos años que nadie me toca:

“Por favor no tocar y abstenerse de tomar fotografías con flash”

Paris, 24 de octubre de 2008

1 comment:

Anonymous said...

sabia que ibas a rematar con un final impredecible pero me sorprendiste! muy bueno